Hace un tiempo, estaba programada para compartir la Palabra en un retiro de mujeres en una iglesia a cuatro horas de distancia de mi casa. Mi esposo y yo nos quedamos en un hotel cerca de la iglesia la noche anterior para llegar al retiro en la mañana. Al entrar en el hotel, le pregunté a mi esposo: “¿Sabes dónde está el saco blanco que me voy a poner mañana?”. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que mi saco se había quedado en casa. No me quedó más remedio que ponerme una camisa que me había traído y no vestir ese día con la imagen formal que la ocasión ameritaba.
No pude evitar preguntarle a Dios. . . “Señor, ¿por qué dejé mi saco? ¡Podrías habérmelo recordado!”. En ese momento, Dios me hizo sentir que había algo que Él quería enseñarme para compartir con las mujeres del retiro.
El tema del retiro era “Revestidas”, inspirado en Colosenses 3, donde el apóstol Pablo subraya la importancia de estar revestidos de Cristo.
Cuando recibimos a Cristo como Rey y Señor de nuestras vidas, morimos a nuestra antigua forma de vida, a nuestro viejo yo, para así nacer de nuevo en Cristo. Como resultado, nuestro carácter, comportamiento, valores y prioridades cambian. Pablo explicó este cambio en nosotros comparándolo con un cambio de ropa: “los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo” (Gálatas 3:27 NVI).
Para ser revestidas, primero hay que desvestirse. Debemos quitarnos el vestido viejo, gastado y manchado de la vieja mujer para ponernos el vestido nuevo de Cristo. Esto reviste una transformación espiritual de nuestro interior, que se despoja de sus viejos hábitos y prácticas para vivir según los principios divinos. El Señor nos reviste de perdón, gracia, misericordia, pero también de su carácter, valores y misión. Cuando estamos en Cristo, hemos muerto a nuestro “yo” para que Él pueda vivir. Hemos renunciado a lo que “yo quiero” para hacer lo que Él quiere. Esa es la nueva vestimenta.
Entonces, ¿por qué dejé el saco blanco en casa y qué Dios quería enseñarme? El Señor me mostró que a menudo queremos vivir nuestra nueva vida en Cristo sin dejar ir la vieja vestidura. En otras palabras, nos ponemos un “saco blanco” para cambiar nuestro viejo “estilo”, nuestro viejo “yo”, sólo un poco. Así que en vez de quitarnos y despojarnos de todo, continuamos vistiendo nuestra vieja, gastada y manchada ropa y la escondemos o disimulamos bajo un “saco blanco” que luce a piedad. Además, vamos por la vida teniendo el control, decidiendo por nosotras mismas cuándo ponernos el saco blanco y cuándo dejarlo en casa. Y al final, somos nosotras las que seguimos vistiéndonos de nuestro propio armario, engañándonos a nosotras mismas y a los demás, pero nunca a Cristo, quien no puede ser engañado.
Hermanas, Cristo no murió para dejarnos igual. Su sacrificio no fue a medias. Él se dio por completo. Filipenses 2:7-8 dice que Cristo “se despojó a sí mismo tomando forma de siervo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte…”. Cristo no nos pide nada que Él ya no haya hecho primero. Él murió y resucitó para despojarnos completamente de nuestro viejo yo y darnos un vestido limpio y sin mancha. Lo único que Él nos pide es que nos entreguemos completamente a Él, despojándonos por completo de nuestro viejo ser.
La buena noticia del Evangelio nos dice que no tenemos que hacerlo solas. El Señor es quien nos viste; nuestra parte sólo será posicionarnos cada día en humildad para poder ir despojándonos de nuestro “viejo vestido” y dejar que Él nos vista cada día a través de su Palabra. Sólo entonces seremos mujeres, esposas, madres, hijas y hermanas conformadas a Cristo. En oración, comienza a limpiar tu armario espiritual para que el Señor pueda actualizarlo con la nueva vestimenta que Él tiene para ti, una de acuerdo con Su carácter y perfecta voluntad.
“No se mientan unos a otros, porque ustedes ya se han quitado la vieja naturaleza pecaminosa y todos sus actos perversos. Vístanse con la nueva naturaleza y se renovarán a medida que aprendan a conocer a su Creador y se parezcan más a él.” (Colosenses 3:9-10 NTV).